Un Corazón LOCO
Hoy artículo corto para excitar el amor en el Amor de Dios. El Corazón de Cristo es el antídoto para revivir la familia cristiana de la frialdad y de la mala indiferencia.
A mi familia y hermanos de Torre de David
A Ignacio González y Patricia Palma por la sabiduría recibida de ellos
Es evidente que el Señor ha querido la devoción al Sagrado Corazón y muy especialmente para estos últimos tiempos. Por una parte, se ha revelado a muchos santos con este signo harto conocido (Santa Margarita María de Alacoque) o con otros muy parecidos (Santa Faustina Kowalska). Por otra parte, la misma Iglesia, reconociendo la verdad universal contenida en esta devoción, ha reservado una solemnidad para que el Pueblo de Dios recuerde que Cristo tiene en su pecho un corazón lleno de amor y de misericordia por los hombres.
He tenido la oportunidad de leer algunas de esas revelaciones y al hacerlo experimento sensaciones enfrentadas en mi corazón.
Por una parte, me admiro del gran amor que Cristo nos tiene y cómo se abaja hasta el punto de tener sed de nosotros. Me rompe por dentro que Dios Todopoderoso y Eterno –perfecto, impasible y feliz en grado sumo– tenga en su seno una infelicidad accidental porque los hombres no le corresponden a su amor. “Piensa en esa gloria accidental que vosotros podéis darme y de la cual Me privan muchos” (Jesús a Gabriele Bossis, 19/09/1946). Él en la Cruz nos dice “tengo sed” y nos espera con un amor tierno y deseoso para que le consolemos en este tiempo en el que de alguna manera espiritual se prolonga el tiempo de su sacrificio para que seamos por él consagrados (Cfr. Hb 10, 14). ¿No es impresionante todo un Dios que quiere santificarnos hasta el punto de que se hace necesitado para que podamos cuidarle, quererle y consolarle? El tono dramático de las frases dichas por el Señor en el Evangelio y en tantas revelaciones a santos muestra que no es un teatrillo esto de hacerse pequeño. Se trata de algo muy real. Aunque sabemos que Cristo está ahora glorioso a la derecha del Padre ofreciendo el único y eterno sacrificio de la Cruz, de alguna manera su corazón todavía padece lo que padeció su cuerpo cuando fue maltratado en Jerusalén hace 2000 años. El ha triunfado ya, pero de alguna manera su corazón está intranquilo todavía por los hijitos que están por entrar en la Gloria. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor” (Jn 10, 16).
He dicho que por una parte me admira el gran amor de Cristo y me mueve. “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5, 14). Pero por otra parte, me desanima. Creo que no es una experiencia que me ocurra sólo a mí. El padre Mendizabal S.J., gran apóstol del Sagrado Corazón, hablaba precisamente de la alergia a esta devoción que hay en algunas almas. Quiero ir más allá de las calumnias por las que algunos la consideran una devocioncita fácil y de abuelas o de la cuestión estética más o menos rancia. ¿Por qué tengo como un regusto malo cuando medito estas imágenes de Jesús sediento y dolido por los pecados y necesitado de mi amor? Porque para acoger la espiritualidad del Sagrado Corazón hay que escuchar una denuncia –muy dura y muy dulce– del pecado. Por eso escuece el considerarla y el acogerla. Considerar el corazón sangrante y ardiente del Señor es un remedio eficaz para reformar la vida, ya que cumplir los mandamientos ya no es simplemente evitar el Infierno o la desgracia en esta vida, sino corresponder a Cristo enamorado. ¿Cómo habría yo de seguir participando en la Pasión como el romano que le flagelaba o como el judío que le despreciaba o cómo los apóstoles que le abandonaron en el momento malo? Si veo su corazón es lógico que –siendo pobre y torpe y lleno de pecados– me comporte ahora como la Verónica. Ese grito estentóreo del Señor en la Cruz resuena en nuestras almas hoy para abrir nuestros oídos cerrados.
Hay quienes se asustan al leer las revelaciones privadas y las descripciones llenas de dureza que hace Jesús acerca del pecado. Este desánimo llega hasta el punto de que los escrúpulos se despiertan y las personas se quedan como intranquilas pensando que van a condenarse. La psicología puede arrojar luz acerca de esta cuestión, pero yo no soy psicólogo. Evidentemente hay que prevenirse contra la obsesión y la baja autoestima que puede predisponernos para sufrir mucho al tratar cuestiones serias como es el propio pecado. No obstante, me atrevo a decir que esa intranquilidad proviene también del mal espíritu que nos hace ver sólo nuestra herida y quitar del centro a su Amor Maravilloso.
Sucede en las familias, que ante el menor contratiempo nos apartamos del buen humor, del espíritu religioso y del respeto por el solo orgullo de quien ha tenido una caída pequeña. Esta mañana he experimentado esta tentación. He gritado injustamente a un hijo y me he sentido mal conmigo mismo. Suerte que he vencido un poco. ¡Cuántas veces me ha pasado y he terminado riñendo 10 veces más por orgullo y porque me siento mal lo mando todo a la m…! Nos pasa lo mismo en la relación con el Señor. Él nos muestra su Amor y su Misericordia y su necesidad y a cambio nosotros le maltratamos. ¡Claro que me siento mal! ¡Es lógico! ¿Pero hasta el punto de abandonarlo, de negarle mis disculpas o el beso que le debo al que olvida cada una de mis faltas? ¿Tan centrados estamos en nuestras transgresiones que le privamos al Señor de la compañía de la oración, de nuestros pobres consuelos y de nuestra alabanza?
El Sagrado Corazón de Jesús es una devoción muy apropiada para cualquier padre de familia. Precisamente porque excita el amor sacrificado y apasionado con el que cualquier padre de familia debe construir la catedral de su pequeña familia. Se trata de dejarse amar, esto es, de dejarse quemar por el Amor.
Por último agradecer a DPMárquez, Alejandro Aguiló, Nahia Pereda, Eulalio Fiestas y Jorge Texeira su apoyo económico. Es un detalle de vuestra parte. Yo por mi parte, seguiré escribiendo y orando por ustedes.
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