San José, el hombre más hombre
Hoy es su solemnidad y, por tanto, debemos hablar de él. San José es el gran modelo de masculinidad frente al feminismo y al estoicismo que piensa que ser hombre es tener tableta de chocolate.
En la actualidad, la masculinidad se ha convertido en un contravalor. En la tribuna pública se predica que “la hombría” es sinónimo de opresión, maltrato, pulsión por el poder, represión psicológica… Para hablar de hombres, se habla de heteropatriarcado. Estamos hartos de oír esta cantinela. Este estereotipo ha generado una crisis de identidad en muchos hombres que buscan un modelo positivo al cual adherirse y en el cual descubrir quiénes son y quiénes pueden llegar a ser.
Frente a esta masculinidad devaluada, ha surgido una corriente cultural que pretende recuperar el valor de lo masculino a través del estoicismo. Inspirado en los ideales de la antigua Grecia y en obras como las Meditaciones de Marco Aurelio, se propone la autodisciplina, el control de las emociones y el desarrollo personal como los pilares fundamentales de la masculinidad. Se exalta el deporte, el atletismo y la superación como formas supremas de “buena vida”.
No hace falta irse a influencers como Llados, que llevan hasta el paroxismo esta corriente. Existen creadores de opinión más sensatos que hacen este alegato de manera equilibrada. El énfasis se está poniendo en la salud, en el cultivo del cuerpo y de la mente como un reflejo del dominio de uno mismo. En definitiva, el ideal masculino se sitúa en el cultivo de la inteligencia, la fortaleza, la templanza y el autodominio.
Aunque este resurgir tiene muchos aspectos positivos, difícilmente le sirve al padre de familia cuya vida gira en torno al cuidado de su hogar, de su esposa y de sus hijos. Todo ideal conlleva unos medios para llevarse a cabo, y si se le presenta a un padre de familia el modelo del David de Miguel Ángel o el del youtuber triunfador, fuerte y ciclado, es posible que termine desinflándose o, peor aún, desviándose de su vocación.
Me viene a la memoria el libro del “Club de las 5 de la mañana” de Robin Sharma, que tantos sueños frustrados ha dejado por el camino. El máximo ideal de hombre en muchos de los libros de desarrollo personal es ese capaz de levantarse todos los días a las cinco de la mañana, de planificar su día hasta el más mínimo detalle, de hacer 50 burpees, leer un libro, correr seis kilómetros, meditar a la luz del amanecer… ¿Realmente ser hombre es ser “de alto valor”, tal y como lo llaman hoy en día?
La Escritura es consoladora a ese respecto de muchas maneras.
“El Señor del universo lo ha proyectado para profanar el orgullo de su esplendor, para humillar a los grandes de la tierra” (Isaías 23, 9)
“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23, 12)
San José nos sirve frente a Marco Aurelio
El ideal estoico ha resurgido como una alternativa al feminismo y a esas “nuevas masculinidades” que convencen cada día menos. No restaré mérito a la nueva corriente en lo que respecta a la lucha cultural. Todo mi apoyo. Sin embargo, aunque muchos aspectos de esta visión sean rescatables, es imprescindible refinarlos para que sean verdaderamente útiles para el padre de familia. En este sentido, traigo a colación a San José, quien nos muestra una senda más elevada: una masculinidad que no se centra en el autoperfeccionamiento, sino en el amor y en el servicio.
Sin duda, San José podría competir en templanza y autodisciplina con los nuevos estoicos y saldría vencedor. Sin embargo, lo que lo distingue de los nuevos marcoaurelios es la finalidad de su autodominio y el origen de sus virtudes. Su lucha interior y exterior no comenzó con el afán de alcanzar un ideal de perfección personal, sino del empeño constante en ser fiel al plan de Dios y en servir con amor a su familia. Lo que lo motivó fue el Amor. Cuando te veas demasiado preocupado por ser estrictamente fiel a una rutina diaria, a un horario o a un plan de ejercicios, detente a mirar a San José. Su mirada sugiere que él no se preocupaba mucho de estas cosas. Si alguna disciplina o sacrificio le era útil para servir mejor a Dios, a Jesús o a María, sin duda los asumiría de inmediato; pero lo que lo movía, sobre todo, era la caridad y no el afán de autosuperación.
Considero que el ideal de autosuperación es hoy, para el padre de familia moderno, un espejismo. Pretender mejorar basándose en el ideal del hombre que proyecta el emprendedor, inversor multimillonario y en forma es vivir la vida de otro.
La vida familiar en Nazaret tenía un color muy distinto al que propone el estoicismo. No era el esfuerzo desmedido ni la rigidez lo que la sostenía. Tampoco una agenda llena de tareas y de proyectos. Lo que la sostenía era el amor, que se traducía en obras. Y esas obras no nacían de un ideal externo de perfección ni de una estructura inamovible de deberes o de roles familiares. Tampoco de la imaginación de un perfeccionista. Surgían naturalmente del don de Dios, de la humildad y del abandono confiado en la Providencia. San José no buscaba ser un hombre fuerte para sí mismo ni pretendía una familia perfecta, sino sostener a su esposa y a su Hijo, protegerlos y guiarlos según la Voluntad Divina.
Pensemos en las pruebas concretas que enfrentó San José. ¿No es una hazaña digna de admiración haber caminado desde el sur de Judea hasta Egipto para proteger a su familia? Podría decirse que fue un desafío físico extremo, una prueba de resistencia comparable a la de un atleta. Pero lo que movió a San José no fueron sus músculos ni su resistencia corporal, sino el amor que tenía por el Hijo de Dios y por su esposa. No fue un acto de superación personal, sino un acto de obediencia.
Del mismo modo, ¿no fue aún un desafío mayor la búsqueda de Jesús durante tres días en el templo? El autodominio que demostró al no reaccionar con ira o frustración al encontrarlo, que con plena conciencia había decidido quedarse, no fue una simple demostración de control emocional, sino la manifestación de una humildad profunda, nacida del amor. Para San José, su propia voluntad quedaba en un segundo plano ante la voluntad de Dios y ante el bien de su familia.
El amor como forma sublime de masculinidad
Lo nuestro no es el autodominio ni el perfeccionismo vacío; lo nuestro es el amor como forma sublime de masculinidad. Un amor fuerte, real, que no se mide en músculos ni en autodisciplina por sí misma, sino en entrega, en sacrificio y en servicio constante. Un amor que en su ejercicio alcanza el fruto de todas las virtudes.
Ahora bien, que nadie se equivoque: el amor de San José no fue debilidad, ni mucho menos mojigatería. Amar como él amó exige una fortaleza de la que no somos capaces. Exige renuncia y exige cruz. Esa que nos espanta. No es un amor sentimentalista ni cómodo, sino el amor que lleva a ponerse de pie en mitad de la noche y huir de tu casa para proteger a tus hijos. Es el amor que se mantiene firme en el exilio, que trabaja cada día en el taller sin buscar ningún tipo de reconocimiento, que afronta la incertidumbre y el dolor sin perder la paz.
San José: no solo un modelo, sino un amigo
San José no es solo un modelo. Para el padre de familia católico, San José es un amigo, un intercesor, un refugio seguro en la batalla diaria de la paternidad y el matrimonio. No es casualidad que la Iglesia lo haya proclamado Patrono de la Familia y Patrono de la Iglesia Universal.
Ser padre y esposo hoy en día es una tarea monumental. Los desafíos son muchos: las exigencias del trabajo, la presión social, las luchas internas. Es fácil caer en la tentación del perfeccionismo o en el miedo al fracaso. Pero la clave no está en nuestra propia fuerza, sino en la gracia de Dios. Y San José nos enseña esto mejor que nadie: su grandeza no viene de sí mismo, sino de su fe, de su disposición a dejarse moldear por Dios, de su confianza total en la Providencia.
Por eso, si quieres ser un mejor padre, un mejor esposo, un mejor hombre, más que admirar a San José, lo primero que deberías hacer es pedírselo con confianza. Pídele que te enseñe a amar con fortaleza, que te ayude a ser humilde, a ser fuerte sin ser duro. Pídele que te muestre cómo ser un hombre que, como él, se olvida de sí mismo para vivir por aquellos a quienes ama.
¡UN ABRAZO A TODOS!
Qué fácil es andar corriendo todo el rato desde el perfeccionismo de querer controlarlo todo hasta el miedo al fracaso ante la incertidumbre o las dificultades. Gracias por recordarnos que hay otro referente. Un abrazo.
A veces nos esforzamos por ser el hombre/marido/padre perfecto en la sociedad, cuando el ejemplo de San José nos enseña que lo verdaderamente grande es amar, servir y confiar en Dios sin tanta complicación.
Es un alivio saber que todo se resume en ser fiel en lo pequeño.
¡Gracias por este recordatorio, Antonio!
Un abrazo